Fue casi por casualidad...
Hoy en día resulta imposible concebir el cómic de superhéroes sin Spider-Man. Por eso sus orígenes resultan todavía más asombrosos, si cabe, de lo que realmente fueron. Y es que, a poco que las circunstancias hubieran sido diferentes, el trepamuros jamás habría visto la luz. Corría 1962. Apenas habían pasado unos meses de la publicación de The Fantastic Four 1. Estaba claro que los superhéroes volvían a funcionar, como lo habían hecho dos décadas atrás. Lejos de cualquier propósito calculado, Stan Lee y Jack Kirby seguían produciendo los nuevos personajes que el editor Martin Goodman les demandaba. El horno no estaba para bollos, razón por la que los nuevos héroes surgían de la prueba y el error. Ejemplo: en Amazing Adult Fantasy 14, número anterior al de la primera aparición de Spider-Man, debutaba Tad Carter, un mutante –el primero de Marvel, por cierto- cuya personalidad bien podría recordar a la del tímido y apocado Peter Parker. Aunque en la última viñeta se prometía el regreso de Tad en el siguiente número, éste jamás volvería. Ejemplo 2: en Journey into Mistery 73 aparecía Robert Carter (nada que ver con Tad, aunque el parecido fonético entre el apellido Carter y Parker sí que resulta evidente), un científico que, accidentalmente, introducía una araña en una cámara atómica.
El bicho salía de allí bastante crecidito, con unos poderes similares a los de nuestro Hombre Araña. Relatos como éste componían el día a día de la Marvel que estaba naciendo en aquellos años: monstruos radiactivos, seres mutantes y extraterrestres cabezones herederos de los grandes animalitos que hacían la delicia de los aficionados al cine de ciencia ficción, heroicos científicos que encontraban la solución a las grandes catástrofes y finales con moralina: cuidado con la ciencia: sed buenos, niños: no lo hagáis en casa.
Y en esto que llega Spider-Man. Amazing Fantasy 15, con fecha de agosto de 1962, caso de que haya por ahí algún despistado que desconozca un dato en todo caso inexcusable. Once apretadas páginas de origen destinadas desde el principio al olvido. Al fin y al cabo, era el último número de la colección. Al fin y al cabo, Martin Goodman dixit, a nadie le gustan las arañas.
Pero es que la araña era una excusa. Seguro que a Stan Lee no le gustaban tampoco. Lo que le gustaba a The Man era The Spider, un personaje pulp más conocido por haber inspirado la creación de Peter Parker que por cualquier otra cosa. Luego estaba el empeño en publicar algo medianamente presentable que se diferenciara de los supertipos cuadriculados de National Periodicals, casa de Superman. No era concebible que el héroe fuera un adolescente. Era obvio que a Lee le repateaba la idea del sidekick. Por eso mataría meses después a Bucky Barnes y por eso le colocaría una MAN muy grande al nombre de un personaje de dieciséis tiernos añitos. Y por eso conseguiría la atención del público teen, porque ellos también querían ser así de MAN y así de grandes, porque ellos, la gran mayoría de ellos, también eran despreciados por sus Flash Thompson de turno, rechazados por la Liz Allan que tocara ese día y sobreprotegidos por sus madres, tías o abuelas.
La cantidad de detalles que contiene la primera aventura de Spider-Man resulta tan apabullante que cualquiera podría pensar en un plan hábilmente orquestado por Lee y Ditko. La lógica viene a negar tal posibilidad para dejar claro que, si bien Lee y sus dibujantes improvisaban cada dos por tres, su creatividad atravesaba un estado de gracia que tal vez nunca haya tenido autor posterior o anterior. En el caso concreto de Spider-Man, el relato cumplía con creces la estructura de cuento moralista: el joven que adquiere asombrosos poderes y aprende a utilizarlos por las malas, ya que el poder tiene el precio de la responsabilidad, y la responsabilidad llega con la muerte del tío Ben. Porque, no hay que olvidarlo, la serie se mueve, tiene sus grandes momentos dramáticos e incluso se reitera sobre sí misma mediante la muerte y la culpa subsiguiente. Pero no eran esos los únicos elementos de interés que se mantendrían inamovibles en la trayectoria del personaje: allí estaban ya los lanzarredes, los poderes perfectamente definidos y el traje, soberbio traje, que nunca fue un uniforme de superhéroe, sino un pijama para salir en la tele que acabaría por cumplir una función para la que no había sido pensado por Parker, lo que desvela de nuevo el interés de Lee por alejarse del prototipo Superman.
Que fuera Steve Ditko y no Jack Kirby el dibujante regular de Amazing Fantasy (los anteriores números también eran suyos) responde también a otra bendita casualidad. En un extenso artículo reproducido en esta misma revista, Ditko ya dijo todo lo que tenía que decir sobre la implicación de Jack Kirby en la creación del trepamuros. La mera lógica viene a corroborar sus palabras, ya que el diseño tanto del personaje como del traje responde al más puro estilo Ditko. Su Spider-Man es desgarbado, inhumano y muy alejado del típico arquetipo empleado por Kirby. Tal vez el detalle que mejor demuestre la autoría de Ditko sea esa máscara completa –ningún personaje de Kirby la lleva-, esos ojos inhumanos y esa figura delgada. Por no hablar de su Peter Parker: un verdadero alfeñique, detalle mejorado con las gafas redondas y la ropa de chico demasiado formal. El contraste con los diálogos chispeantes y las situaciones del todo irrisorias, patéticas y tiernas imaginadas por Lee dieron como resultado el que quizás sea, con el Doctor Strange también dibujado por Ditko, el cómic más peculiar de los primeros años de Marvel, muy alejado en estilo de la comedia romántica superheroica en que luego acabaría convirtiéndose con la llegada al título de John Romita.
Porque al Peter Parker de los primeros tiempos les salen realmente mal las cosas, a veces hasta extremos que rozan lo ridículo; este Peter Parker no liga de verdad ni a tiros (o se lleva a la más estrecha del curro, sor Betty Brant); no tiene amigos ni relaciones sociales y además debe hacerse cargo de una casa y una tía, enternecedora tía, cuyos cuidados acaban por resultar excesivos. A eso debe añadir el odio irracional de J. Jonah Jameson y de buena parte de la población de Nueva York. Todo un récord de mala suerte. De verdad hay que montárselo mal para conseguir los poderes proporcionales de una araña y que te salgan así las cosas. Nada que ver con la apacible vida de unos Cuatro Fantásticos, con los que tampoco lograba llevarse bien en estos primeros tiempos: intentó unirse a ellos en el primer número (¡por el sueldo!), pero fue inmediatamente rechazado (AS 1, III 63).
Los villanos también se alejan de lo destilado en otros títulos gracias a la estética del dibujante. De nuevo, hay que quitarse el sombrero. En los primerísimos números de la serie aparecieron los que han seguido siendo a lo largo de los años los peores enemigos del trepamuros: el Camaleón (Amazing Spider-Man 1, III 62), el Buitre y el Chapucero (AS 2, V 62), el Doctor Octopus (AS 3, VII 62), el Hombre de Arena (AS 4, IX 62), el Lagarto (AS 6, XI 62), Electro (AS 9, II 64), Misterio (AS 13, VI 64) o Kraven (AS 15, VIII 64). Muchos, la mayoría de ellos, responden a características animales. En todos resulta común una estética decididamente feísta y un aspecto cercano a lo grotesco (sólo a Steve Ditko se le podría ocurrir un villano que utiliza una pecera para ocultar su cabeza). Particularmente glorioso resultaba el primer annual de la serie (1964), que reunía por primera vez a los Seis Siniestros, la elite villanesca liderada por el Doctor Octopus, quien secuestraba a una tía May que no se enteraba de nada hasta un punto por completo desternillante.
Y si los primeros números servían decididamente para la presentación de personajes, pronto surgiría una mayor complejidad en las historias acompañada por la intención de Ditko de hacer al héroe aún más urbano. El AS 10 (III 64) trajo el debut de los Forzadores y el Gran Hombre, primer villano cuya identidad secreta vendría a convertirse en uno de los grandes misterios de la strip. Un número después la muerte volvería a cernirse sobre el cómic, en este caso la de Bennet Brant, hermano descarriado de Betty, en la que fue la primera aventura con continuará (AS 11 y 12, IV-V 64). Con el AS 14 (VII 64) llegó el Duende Verde, destinado a convertirse en la nemesis definitiva del trepamuros y que, en un primer momento, tan sólo formaba parte del reparto de una enmarañada saga que también incluía la presencia del ya citado Gran Hombre (a la postre, Frederick Foswell, uno de los empleados del Daily Bugle), Lucky Lobo (un capo de la mafia) los Forzadores y del Amo del Crimen. Sobre la identidad de éste, Lee y Ditko plantearon varias posibilidades que incluían a gran parte de los secundarios de la serie. Sin embargo, el Amo del Crimen acabaría siendo Nick Lewis, un perfecto desconocido (AS 27, VIII 65), solución tomada por los autores ante la ausencia de cualquier otra explicación plausible y la lógica aplicada por Steve Ditko, quien encontraba ridículo que el rostro tras la máscara del villano perteneciera a alguno de los personajes de reparto. Tal planteamiento ya había sido aplicado con anterioridad a Electro, y tal planteamiento pretendía utilizar el dibujante, cada vez más responsable de las líneas argumentales, para resolver el misterio de la identidad secreta del Duende Verde. Desde el principio se encontró con la oposición de Lee, semilla de la ruptura final del equipo creativo de la colección.
La strip crecía en complejidad argumental y Spider-Man seguía una evolución parecida. Si en el año 1962 había sido presentado como un adolescente de instituto, el siguiente paso lógico, una vez agotado el escenario del Instituto Midtown, era dar el paso a la Universidad. En ese sentido, el AS 28 (IX 65) cerraba una etapa con un hecho tan significativo como la ceremonia de graduación de Parker. Meses después, Marvel publicaba la gran aventura clave del periplo Lee-Ditko. Se trata de El capítulo final (AS 31 a 33, XII 65 a II 66), en la que, al tiempo que Peter Parker se graduaba en la Universidad Empire State y entraba una nueva remesa de secundarios (el profesor Miles Warren, Harry Osborn y Gwen Stacy, nada menos), Spider-Man acometía su mayor reto, recuperar el antídoto que salvara la vida de su tía May, en poder del Doctor Octopus. Para la historia queda el momento en el que Spidey rememora su origen mientras es aplastado por una maquinaria de la que finalmente conseguirá zafarse. La escena, cuatro páginas de máxima tensión, justifican por sí solas la existencia del trepamuros y figuran sin duda entre las más bellas planchas jamás dibujadas.
Tras El capítulo final, la serie perdió cierto fuelle, con aventuras de menor entidad que fueron las últimas firmadas por Ditko. Las ya mencionadas discrepancias acerca de la identidad del Duende Verde vinieron a oficializar la ruptura. Spider-Man nunca volvería a ser el mismo, y sin duda aturde la posibilidad de que Ditko hubiera seguido en la serie al menos tanto tiempo como permaneció Jack Kirby en Fantastic Four. Vistos los resultados logrados en El capítulo final, o en los AS 17 y 18 (X y XI 64, otra saga memorable en la que Spidey abandonaba por primera vez sus telarañas), creo sinceramente que los mejores episodios de la historia de Spider-Man se quedaron en el tintero de un artista tan enorme que su trabajo crece en frescura y actualidad cada día que pasa.